Nairo quiere sorprender de nuevo: Llega la etapa reina del Tour
El pedalista del Arkéa le apunta a al podio de la ronda francesa.
Si hay un monte que suena por encima de todos en el Tour de Francia, ese es Alpe d'Huez, sus 21 curvas terroríficas sobre las que se han escrito algunas de las páginas más épicas de la carrera.
Su nombre volverá a estar en todas las cabezas en la duodécima etapa del Tour, una réplica de la que se corrió en 1986 entre Briançon y la legendaria montaña, 165,1 kilómetros de pelea permanente, con el Galibier, de aperitivo, la Croix de Fer para seguir antes de afrontar la última ascensión.
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El Alpe d'Huez regresa al recorrido tras cuatro años de ausencia, un periodo demasiado largo para un puerto que, habitualmente, se subía una edición de cada dos, pero que en los últimos tiempos ha vivido la competencia de otros ascensos que pelean por restarle peso en la leyenda.
Esta vez no podía faltar para celebrar los 70 años de su primer ascenso, cuando el italiano Fausto Copi se impuso en una pendiente casi vacía, lejos del jolgorio que acompaña a sus rampas desde entonces.
Cumpleaños es fiesta y Alpe d'Huez sabe festejar, sobre todo porque han hecho coincidir la etapa con el 14 de julio, la fiesta nacional francesa, lo que garantiza que el sufrimiento en el asfalto estará rodeado del regocijo en las cunetas.
Asegurada la juerga, no hay que olvidar que la etapa presenta un perfil temible, 65 kilómetros de ascenso, un desnivel positivo de 4.750 metros, el mayor de la edición, todo ello en el borde de los 2.000 metros de altitud, con el consiguiente castigo para los pulmones.
Un etapa sin respiro que, apenas comenzar, ascenderá el Galibier por segundo día consecutivo, esta vez por la otra vertiente, más larga, 23 kilómetros, pero más tendida, al 5,1 % de media en su pendiente, que vuelve a llevar al Tour a su techo.
El descenso, de 50 kilómetros casi ininterrumpidos, lleva a la falda de la Croix du Fer, otros 29 kilómetros de subida al 5,2 % de desnivel con su cima situada a 54 kilómetros para la meta.
Pero antes, quedará ascender al mito, superar sus 21 curvas entre el regocijo de un público ruidoso, el paso obligado hacia la gloria, la de una etapa prestigiosa, pero también vital en la lucha por la clasificación general.
Difícil pensar que la etapa no marcará la historia, como hizo en aquel 1986. El Tour ha decidido repetir un dúo casi similar, el Granon y luego el Alpe d'Huez.
El primero pasó a la historia por la victoria en solitario del español Eduardo Chozas y por ser el último día en el que el francés Bernard Hinault vestía el maillot amarillo, que cedió a su compañero de equipo estadounidense Greg Lemond.
El Alpe d'Huez simbolizó la reconciliación y el paso del relevo, con ambos haciendo juntos el ascenso legendario y atravesando la meta agarrados de la mano a cinco días de la llegada a París, donde el estadounidense ganó el primero de sus tres Tours y el francés, que para entonces ya había ganado cinco, se retiraba siendo segundo.
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El monte de las curvas, siempre dispuesto para doctorar a ciclistas, puede ser clave para el esloveno Tadej Pogacar, que domina el pelotón desde 2020 y que persigue su tercer Tour, pero que nunca ha subido este mito en competición y que no aspira a otra cosa que ha escribir su nombre allí.
De Alpe d'Huez puede salir una general ya muy clarificada, aunque todavía quedarán por delante los Pirineos y la contrarreloj de 40 kilómetros del penúltimo día.
Fuente
EFE