Nos robaron la copa
Con la necesidad de vender, nace la necesidad de “venderse”.
El 9 de diciembre de 2018 dejó muy claro algo: mataron el espíritu de la Copa Libertadores. Ese día se disputó la final de vuelta de dicho certamen continental en el Estadio Santiago Bernabeú porque según los dirigentes de Conmebol la paupérrima seguridad latinoamericana no garantizaban un buen espectáculo. De esta manera, la Copa Libertadores de América viajaría al país de los conquistadores de América. Todo muy diciente.
Las muestras de violencia para el partido en el Estadio Monumental fueron la excusa perfecta que necesitaba la Conmebol para convertir un torneo con un fuerte arraigo cultural en otra Copa que vender a los extranjeros. Con la suspensión de Buenos Aires como sede, empezaron los mercenarios de fútbol a vender el encuentro en Miami y Catar. Esta fue la punta del ataque visceral e insensible a la tradición en pro de la mercantilización.
La Libertadores 2019 se convirtió en la consumación del acto ritual de sacrificio para entregar al fútbol de barrio a la aldea global del libre mercado. Se definió una final única con Santiago de Chile como sede después de asegurar que el Estadio Nacional de Lima no brindaba las garantías necesarias, pero irónicamente seleccionado de nuevo después de que Chile no pudiese soportar el evento por su momento social.
¿Qué decir de las restricciones a las hinchadas?
Se acabaron las recordadas salidas apoteosicas cargadas de estruendo, humaredas y papel picado, porque claro, para la Conmebol esto no es muy prolijo, pero sí es prolijo ganar dinero en sobornos como ya lo demostró el escándalo del FIFA Gate. Conmebol no necesita al hincha del barrio, necesita al hincha capaz de comprar pasión, que no tenga imagen de suburbano y que se limite a asentir con la cabeza las medidas dictatoriales que favorecen al negocio.
Ya con las decisiones tomadas y esa necesidad de ver fútbol, fue inevitable sintonizar la transmisión de la final Flamengo vs River Plate de la Libertadores 2019. Se volvió a disputar un sábado en un horario conveniente para propios y sobre todo para europeos y asiáticos que pudiesen comprar la señal del partido. Con esa intensa obsesión de volver al fútbol el Superbowl, el previo tuvo tres shows musicales que realmente sobran. Por un lado Fito Páez (cuyas canciones son sinónimos de fútbol sudamericano) acompañado por dos desconocidos del panorama deportivo. Acto seguido una agrupación brasileña con una canción propia adaptada por la torcida del Flamengo y la banda argentina Turf con la versión de cancha de “Pasos al costado”. Muy entretenido, pero muy triste confirmar que la pasión se envasa y se vende al mundo en un horroroso playback musical.
¿Qué necesidad hay de todo esto? ¿Acaso una final de una Copa Continental no suficiente espectáculo como para llenarlo de prolegómenos innecesarios? Pues resulta que no, porque a los hinchas nos robaron la Copa y hoy es otro intento vacío e hipócrita de vendernos como europeos y norteamericanos ante el mundo.