Del VAR y la falta de agua
Dos hechos fuera de lo común sacudieron el US Open jugado el fin de semana pasado.
Dos hechos que no solamente le pusieron un toque adicional al picante que ya de por sí tenia este torneo por la tradicional dificultad de los campos en que se juega -con un Shinnecock Hills que ofrecía vientos que en la primera jornada pudieron alcanzar los 45 kilómetros por hora y unos green que rebotaban como támbor y que no recibían bola alguna a no ser que fuera casi puesta con la mano- sino que desataron polémica y dejan puntos para la reflexión.
El primer hecho fue la decisión de Phil Mickelson, en el hoyo 13 durante su tercera ronda, de potear una bola en movimiento; darle al put y salir corriendo a alcanzar su bola y golpearla desesperadamente para evitar que se alejara 20 o 30 yardas del hoyo a que había llegado con cinco golpes y que finalmente terminaría con 10 (+5) tras la sanción de dos golpes.
Phil Mickelson y su falta en el US Open 2018
Phil Mickelson decide correr y golpear una bola en movimiento, una falta que al final le significó la descalificación del torneo.
El segundo fue la dura crítica del español Rafael Cabrera Bello contra la organización del US Open por su terquedad en hacer imposible un campo que de por sí ya es muy difícil. “Nos hacen parecer tontos” dijo. Quejas hubo de Justin Rose y Zach Johnson sobre el mismo tema. Finalmente la Federación Americana accedió a regar el campo y la última vuelta de los jugadores fue al menos aceptable.
Pero, ¿qué puede llevar a que un veterano de mil batallas con 48 años de edad resulte reaccionando como un niño, que se haga descalificar y que luego tenga que salir a pedir excusas? Los inventos de los burócratas; de los todo poderosos que desde sus escritorios se inventan lo que sea para justificar sus altos salarios sin importar el impacto que tengan sobre el juego y sobre el espectáculo.
Pretender a toda costa seguir una tradición de un torneo ‘imposible’, de no regar el campo ( en 2004 debían rociar los green entre grupo y grupo) y finalmente poner banderas en lugares inventados solamente para vanagloriarse de tener el torneo más duro de la gira solo logró lo que Cabrera Bello dijo: los hizo ver a todos como tontos. Inclusive a los mismos directores de la Usga, que debieron reconocer que se pasaron.
No por nada el campeón Brooks Koepka alzó la copa con un pírrico +1, esto es 17 golpes más de lo que hizo Patrick Reed, el campeón del Master de Augusta en abril. Ver a otros grandes jugadores como Tiger Woods que viene en alza, ganador tres veces del torneo o Sergio García, otro ganador en Augusta, los ex número uno del Mundo Jordan Spieth, Rory McIlroy o Jason Day que ni siquiera llegaron al sábado porque no pasaron el corte, no resulta para nada excitante. Más bien se vuelve aburrido y soso ver cómo un certamen que paga US$2 millones al campeón se convierte en un juego de dados, en donde la suerte lo es todo y donde la continuidad y el buen juego quedan en segundo plano.
No hay grandes golpes, no hay jugadas elegantes, bellas como las tiene este deporte, sino más bien caras destempladas, bolas que se devuelven 20 yardas cuando estaban para birdie a menos de un metro y jugadores desesperados que resultan haciendo una estupidez como la de Mickelson. Realmente un espectáculo aburridor que lo saca a uno del juego y lo aleja del televisor o lo pone an te la penosa escena de exponerse a otro esperpento, el del VAR en el mundial de Rusia.
Otro invento burocrático para quitarle el verdadero placer que tiene el fútbol después de cada partido: la eterna discusión de los expertos y los no expertos, de los amigos en el bar y los desconocidos en la calle o en el bus. Que si fue o no fue. Que si fue gol o no gol, que si roja o amarilla…
El VAR se ha probado en Rusia con éxito según algunos y los de la Fifa andan encantados. Ha salvado algunas injusticias es cierto, como en el encuentro Dinamarca- Perú en el que el instrumentillo le permitió a Perú cobrar un penalti que segundos antes se le había negado. Pero también deja ridículos como la estruendosa, abultada y larga celebración de los iraníes ante los españoles, que los hizo ver “como tontos” tras la decisión del arbitro, más de medio minuto después, de anular.
Tanto VAR para que finalmente todo quede en el criterio del árbitro, como sucedió con Brasil-Suiza, en donde el mexicano César Ramos no quiso acudir al video y obvió el aviso de sus compañeros en la falta a Gabriel de Jesús en el área. Su ignorada resultó castigando al equipo suramericano simplemente por lo mismo de siempre: los árbitros son humanos y se equivocan y con el VAR son igualmente humanos y deciden no usarlo. ¿Entonces para qué si siempre vamos a discutir sobre lo mismo?
Si hubiese menos burócratas en el deporte, menos comisionados y más campo, más juego y menos inventicos, todo sería más divertido.
Fuente
Antena 2