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Jesse Owens, atleta Olímpico
Jesse Owens, atleta Olímpico, quien silenció a Hitler.
AFP

El espíritu olímpico de Jesse Owens: ante todos y contra el mismísimo Adolf Hitler

En el estadio Olímpico de Berlín, un 8 de agosto de 1936, el afroamericano fue campeón ante la mirada enojada del 'führer'.

Andan estos días los deportistas del mundo entero meditando sobre lo que supondrá para su carrera el aplazamiento a 2021 de los Juegos de Tokio. Un trastorno, claro. Pero la historia olímpica está llena de circunstancias extradeportivas que los atletas tuvieron que superar, y superaron, para alcanzar la gloria.

Que le pregunten a Jesse Owens

La historia de James Cleveland Owens, que murió un 31 de marzo de hace ahora 40 años, reúne todas las bondades que se asocian al espíritu olímpico. La hermandad entre nacionalidades y razas, el espíritu de superación, la excelencia. No se echa de menos ninguna.

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Sobre el pasillo del Estadio Olímpico de Berlín, un 8 de agosto de 1936, Owens voló hasta los 8,06 metros con el último salto de la final y se aseguró la medalla de oro en el concurso de longitud. Él mismo tenía el récord mundial en 8,13 m, una plusmarca que había batido en 1935 y que estaría en vigor 25 años.

Eran las seis de la tarde, según el reloj del estadio situado sobre la entrada de maratón. En el palco, Adolf Hitler contempló consternado la victoria de un deportista de 'color' sobre un representante modélico de la raza aria, el alemán Luz Long.

Ambos llegaron empatados al penúltimo salto, lo que alimentó las esperanzas del 'führer' de ver a un rubio de ojos azules en lo alto del podio. Pero 'el nieto de esclavos', el menor de los diez hijos de un campesino de Alabama, ignoró el clamor de la grada, apartó la mirada de las esvásticas dispersas por el recinto y se impulsó alto, ligeramente inclinado hacia la izquierda guiado por ese brazo, en busca del oro. De blanco, con los colores de la bandera estadounidense cruzados sobre el pecho y con el dorsal 723.

El día anterior se había impuesto en los 100 metros, la prueba reina. Hitler, también presente en el estadio, solo dio la mano a los atletas alemanes. Reconvenido por el COI -"a todos o a ninguno"-, al día siguiente eligió no saludar a nadie con tal de no tener que estrechar la mano del afroamericano Owens.

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La intrahistoria de la prueba se conoció después. Luz Long, el insigne representante de la raza aria, no se sentía superior a nadie por el color de su piel. Admiraba a Owens, de hecho. Se presentó a él antes de la clasificación de longitud y le hizo sentirse cómodo en un ambiente hostil. Cuando Owens hizo dos nulos y vio peligrar su pase a la final, Long le dio un consejo: "Te sobran centímetros, salta lejos de la línea de batida para evitar el nulo", le dijo. Y colocó un jersey sobre el suelo para señalarle el lugar adecuado.

Owens saltó a casi medio metro de la línea y entró en la final por un centímetro. En la ronda definitiva se hizo con la victoria y el alemán fue el primero en felicitarle.

El estadounidense ganó en jornadas posteriores los 200 y los 4x100 metros y se marchó de vuelta a casa con cuatro oros conquistados ante el bigote de Adolf Hitler.

El cuádruple campeón olímpico decidió sacar renta de sus éxitos y se pasó al profesionalismo nada más acabar los Juegos, con 23 años. Pero de vuelta a casa se topó con un racismo que, aunque no llevaba cruces gamadas, era igualmente eficaz. Franklin D. Roosevelt nunca le recibió en la Casa Blanca. A sus propios homenajes tuvo que entrar por la puerta de servicio reservada para los 'negros'.

Para ganarse la vida, venció en una carrera contra un caballo en el descanso de un partido de fútbol, jugó al baloncesto, bailó jazz, probó con el cine junto a Shirley Temple y protagonizó espectáculos de distinto género en Broadway.

En los años 50 el presidente Dwight Eisenhower le nombró embajador itinerante de Estados Unidos por el Tercer Mundo, con un sueldo anual de 75.000 dólares.

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En la treintena comenzó a fumar, un hábito al que se enganchó pronto. Consumía un paquete diario. En diciembre de 1979 ingresó en el hospital con un cáncer de pulmón avanzado y cuatro meses después murió, a la edad de 66 años. Su último servicio al olimpismo fue intentar convencer a Jimmy Carter de que no boicotease los Juegos de Moscú 1980 porque el deporte debía estar por encima de la política. No tuvo suerte.

El Estadio de Berlín, que sirvió de teatro para las hazañas de Owens, fue el escenario 73 años después de otra gesta histórica para el deporte, los 9.58 segundos de Usain Bolt en los 100 metros de los campeonatos del mundo de 2009.

Hace cuatro años, cuando el saltador de pértiga francés Renaud Lavillenie fue silbado en el estadio olímpico de Río, despreciado por el público local que deseaba la victoria de Thiago Braz, el galo lloró y comparó el ambiente en su contra con el que había vivido Jesse Owens en los Juegos de Berlín. Inmediatamente pidió perdón por la comparación. Todos los gestos antideportivos son feos, pero ser afroamericano y competir bajo la mirada de Hitler está en otra escala. 

Fuente
EFE

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