Papelón del Real Madrid: eliminación y goleada ante el Atlético
Atlético de Madrid acabó con la mala racha ante el Real.
En el minuto 100, en la prórroga, medido con Vinicius en la banda derecha del ataque del Atlético de Madrid, Antoine Griezmann se inventó un golazo, marcó la diferencia definitiva y cambió el derbi de los octavos de final de la Copa del Rey para culminar la resistencia del conjunto rojiblanco, sometido casi siempre por el Real Madrid, al que doblegó ya invariablemente por el 4-2 al borde del final de Riquelme.
No le bastó el 1-0 de Samuel Lino, de repente en el minuto 38, empatado por Luka Modric en un fallo estrepitoso de Jan Oblak al borde del descanso. Ni tampoco el 2-1 de Morata, en un error mayúsculo de Lunin en el 57, nivelado en el 82 por Joselu para forzar otro tiempo extra en el derbi, desnivelado por el máximo goleador de la historia del Atlético: 175 tantos.
Un golazo. La resolución de un duelo menos espectacular, sin punto de comparación, con el de hace una semana en la Supercopa de España. Más vibrante por el marcador tan ajustado que por otra cosa. Por el esfuerzo que por el fútbol. Dominado por el Real Madrid, sobrevivido por el Atlético, ganador en el mismo espacio de tiempo que casi siempre le tocó perder contra el 'eterno' rival. Griezmann varió la historia.
Casi nunca, hasta ahí, fue un buen panorama para el Atlético, frustrado por el orden y el contragolpe del Real Madrid. Su transición lenta, sombría, la aguardó el bloque blanco sin apuros, con la fuerza de su estructura, con el acelerador preparado para la salida vertiginosa hacia adelante, para explorar su mejor destreza, para indagar en la vulnerabilidad defensiva.
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Es el Real Madrid un equipo trepidante cuando corre con espacios, cuando se despliega a contracorriente del adversario, cuando contrapone su velocidad y voracidad a la apariencia -engañosa- del domino del balón de su oponente. El espacio, siempre tan fundamental para Simeone en su concepto del fútbol, es una virtud hoy incontestable de su 'eterno' rival, que, sin embargo, sufrió su segunda derrota del curso. Las dos, en el Metropolitano.
Sufrió el Atlético, sometido mucho más de lo que vislumbraba entonces, en su puesta en escena, sobre un Metropolitano abarrotado, en ebullición, silenciado allá por el minunto 11, cuando Bellingham reapareció en un terreno antes esquivo donde el Real Madrid padeció su único revés del curso, el 3-1 del 24 de septiembre. Otras circunstancias. Otro partido.
Inadvertido y aplacado entonces por el Atlético, en un instante en el área, en ese hábitat en el que se mueve con una efectividad inusual en su carrera desde que llegó a Madrid, hizo más que en todo aquel precedente. Se deshizo de Witsel, sorteó a De Paul y chocó con el larguero en su remate. Luego hizo más. Una advertencia nítida para los locales.
No fue una jugada aislada. Fue una confirmación. Devorado en su medio campo, menos fresco (por más que hubiera jugado hace una semana su último duelo, cuando el Real Madrid lo hizo el domingo en la Supercopa de España), el Atlético tenía el balón -cuando lo tenía- para nada. Un artefacto inútil para sus objetivos. El Real Madrid lo quería para correr.
No era Lino la solución, frenado por Carvajal. Tampoco Marcos Llorente, en el otro lado, mucho más desastido que el hoy tímido carrilero brasileño. No era ni de lejos, por entonces, el mejor día de Griezmann, más visible en el medio, en la construcción, que en el derborde y la definición, cuando solucionó el choque.
Otra mala noticia para el Atlético, que se sostuvo en el alambre, entonces por Jan Oblak. Su doble parada a Rodrygo, espectacular con la derecha, y después a Vinicius, agigantado en el rebote, rechazó y soportó la mejor jugada del partido hasta ese momento, propiedad del Real Madrid, que marcó el ritmo, aplicó su idea y se sintió el dueño de todo lo que ocurrió hasta el minuto 38, hasta que se lió él mismo en un centro de De Paul hacia el área.
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Otra más en los últimos tiempos, tan dañinas para el Atlético, tan productivas para el Real Madrid, la más cercana hace solo una semana a 6.600 kilómetros, en Riad. La tiró Llorente a las manos de Lunin, remató Vinicius fuera, entre el dominio inalterable del Real Madrid, las aventuras solitarias de Molina, Griezmann y compañía y la tensión del tiempo extra.
Hasta que Griezmann se inventó un gol extraordinario. Un balón suelto, una carrera, un regate para dejar atrás a Vinicius, para bordear la línea de fondo, batir con un golazo a Lunin en el minuto 100, eliminar al Real Madrid, desquitarse de la última derrota y tomar, exhausto, una plaza en los cuartos de final de la Copa del Rey competida hasta el final, hasta el límite, con un gol bien anulado al Real Madrid, con el 4-2 de Riquelme y con la apoteosis del Metropolitano.
Fuente
EFE